Han pasado veinte años desde que el Western
State Hospital cerró sus puertas y sus últimos pacientes se reintegraron a la
sociedad. Francis Petrel tenía poco más de veinte años cuando su familia lo
recluyó en el psiquiátrico tras una conducta imprevisible y la crisis
posterior. Ahora, alcanzada la mediana edad, lleva una vida sin rumbo y solitaria, alejado en un piso barato y
permanentemente medicado para acallar el coro de voces en su cabeza.
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