En casa de Gwendolyn Sheperd nada ni nadie es
del todo normal, empezando
por su excéntrica (¡y cotilla!) tía abuela Maddy, que tiene extrañas visiones,
pasando por Lucy, que se escapó de casa hace 17 años sin dejar rastro alguno… Y
para acabar, también está Charlotte, su encantadora y (rabiosamente) perfecta
prima, quien, según parece, ha heredado un extraño gen familiar que le
permitirá viajar en el tiempo. Pero un increíble secreto está a punto de salir
a la luz: la portadora del misterioso gen para viajar a través del tiempo no es
Charlotte, ¡sino la propia Gwen! Ella es, en realidad, la duodécima (¡y la
última!) viajera en el tiempo y se dice que cuando su sangre se una a la de los
otros once viajeros, se cerrará el misterioso Círculo de los doce. Para obtener
más información, Gwen deberá viajar al pasado y por suerte o por desgracia, no
lo hará sola: la acompañará el undécimo viajero en el tiempo, el arrogante,
atractivo y sarcástico Gideon, con quien va a vivir algo más que una peligrosa
carrera a través del tiempo.
Gwen
está hecha un lío… Gideon, su “compañero” de viajes en el tiempo la está
volviendo completamente loca: tan pronto la besa apasionadamente como la ignora
con desdén. Y es que nadie dijo que el amor a través del tiempo fuera una
empresa fácil, ni mucho menos. Por suerte, Gwen tiene a su mejor amiga Leslie,
a James, el fantasma del instituto, y a Xemenius, una gárgola bastante
irreverente, para que le echen una mano en sus altibajos amorosos. Ah, y en lo
de comportarse como la ahijada de un marqués o un duque del siglo XVIII… Porque
desde que se ha convertido en la última viajera en el tiempo parece que estos
son sus planes: asistir a una soirée en el año 1782, salvar el mundo y, sobre
todo, no dar el cante. Así que ahora su vida consiste en aprender a bailar el
minué (que no es nada sencillo) mientras decide lo que siente por el chico de
sus sueños (que tampoco lo es).
Cruza las fronteras del tiempo y encuentra el
verdadero amor«¿No podríamos seguir siendo amigos?»Seguro que muere un hada
cada vez que en algún lugar del mundo se pronuncia esta pregunta. Pero el
perfectísimo Gideon de Villiers a quien Xemerius prefiere llamar «el
innombrable» no tiene suficiente sensibilidad ni para pensar en las hadas ni
para dejar de pisotear mi corazoncito. Si no fuera porque cuando le miro se me
corta la respiración y me tiemblan las piernas, le hubiese soltado un bofetón
que le habría mandado directo al siglo XIX sin necesidad de cronógrafo Aunque,
en lugar de hacer eso, solo le fulminé con la mirada y me alejé. Al fin y al
cabo, éramos los dos últimos viajeros en el tiempo y en pocas horas saltaríamos
juntos a 1782 con una misión a vida o muerte.
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